Claudia: De cómo la vida continúa (XII)


Advertencia: temas maduros, +18 años

CLAUDIA IV

Me sorprendió que dijera que él hablaría. No supuse que también hubiera sido violado. Me parecía raro, y él notó mi extrañeza.

—¿Pensaste que sólo las mujeres eran violadas? —me dijo con un leve sarcasmo.

Sabía que los hombres también podían ser violados… pero igual me sorprendió.

—¿Cómo? —pregunté sin pensar de nuevo.

—Eso mismo es lo que voy a contar ahora —respondió con un tono más sarcástico que antes. Hasta ahora había sido una persona cordial, pero ahora parecía otra persona.

—Discúlpame —me dijo suspirando—, ha sido grosero de mi parte por cómo me he expresado. Aunque he podido avanzar mucho desde que me violaron, hay ciertos traumas que quedan, en mi caso es ver las caras de las personas que se sorprenden cuando digo que fui violado. Especialmente porque sólo lo cuento a personas a las cuales confío y sus gestos me han desilusionado tantas veces que cuando veo un gesto similar, me pongo a la defensiva. Es algo que deseo cambiar, pero es tan… difícil.

Estaba sonrojado, y me miraba directamente con humildad. Le dije que yo era la que tenía que disculparme y luego de eso, él empezó su relato, yo decidí no preguntar cosas estúpidas de nuevo.

«Mi niñez la pasé acá, no me podía quejar de lo que fue a pesar de vivir completos el primer gobierno de García. Mis padres tenían suficiente dinero y contactos como para que nada nos faltara y las familias de mis amigos igual. Yo vivía en un mundo donde lo más aburrido que había era ver Candy y Ángel, la niña de las flores. Estaba entrando al segundo de secundaria con esos uniformes color rata que ya no existen y fue ahí donde conocí a la profesora Beatriz Villarán. Enseñaba Matemáticas, era muy buena persona, atractiva sin ser una belleza y buena profesora… y yo era un mal estudiante con mucho acné.

Tan malo era que mi madre, al ver mis notas, le pidió a la profesora que me ayudara. Entonces quedaron en que ella me dictaría clases particulares los fines de semana. Empezamos a llevarnos bien, todos los sábados le llevaba algún postre que preparaban en mi casa y ella siempre me tenía lista una Coca-cola helada. Eran muy buenos tiempos.

Sin embargo, notaba ciertas cosas raras. Al principio los roces que teníamos eran casuales, pero poco a poco se fueron haciendo más comunes y ella empezó a tocarme las manos y el pecho como si fuese su amigo. Era raro, sí; pero yo en ese momento la consideraba mi amiga y por otra parte, me daba un poco de… bueno, calentura, imaginarme alguna escena más picante. Era parte de la adolescencia y daba curiosidad. La mayoría de este grupo recuerda que en esos tiempos era mucho más difícil conseguir información sobre sexo o incluso revistas porno; así que todo ese toqueteo me llenaba de curiosidad.

Un sábado como cualquier otro, fui a su casa y me empezó a enseñar como de costumbre. Al terminar me dijo para sentarnos en el sofá y comer el postre como muchas veces lo habíamos hecho. Terminamos de comer y charlamos, mientras lo hacía me empezó a tocar, pero está vez su toqueteo era diferente: más fuerte y brusco. Se acercó a mí y me besó.

Esa escena la tuve en la cabeza miles de veces antes y creaba miles de escenarios donde yo era el macho semental que lograba imponerme a la pobre profesora; pero en ese momento, era sólo un chico de segundo de secundaria que no sabía qué hacer.

Mi primera reacción fue zafarme. Cuando lo hice, vi la cara de enojada de la profesora. « ¿Por qué no quieres que te bese? ¿Acaso no te gusto?» muchas respuestas pasaban por mi cabeza, pero no lograba decir ninguna. Al ver que yo no sabía qué hacer, me dijo que si no lo hacía, me iba, iba a jalar el curso. Me acuerdo que en ese momento me descongelé y le reclamé que ella no podía hacer eso. Se rió y me dijo que ella podía hacer lo que quería. La forma como lo dijo, hizo creer al inocente Gianfranco de esa época que ella tenía el poder de hacerlo.

Me dijo que la siguiera y así lo hice. Me llevó a su habitación y me dio ron. Yo ya había tomado cerveza con mis amigos, pero era la primera vez que tomaba algo más fuerte. «Tómatelo todo, va a hacer que todo sea más placentero». Hice lo que me dijo y sentí un calor por todo el pecho. Luego ella me tiró a la cama y me empezó a besar.

Me desabotonó el pantalón y empezó a bajarlo. En ese momento mi pene estaba flácido y ella dijo algo como que me iba a ayudar a levantarlo. Lo cogió con una de sus manos y empezó a moverlo. Yo estaba congelado, sentía miedo y, a pesar de eso, sentía como mi pene iba levantándose. Eso excitó más a la profesora y sus movimientos fueron aun más fuertes. Yo no podía creer lo que estaba pasando, sentía que mi cuerpo no me hacía caso, como si fuéramos dos entes distintos, como si quisiera traicionarme.

Ella se puso encima de mí e hizo que la penetrara. Ella estaba excitada, se movía rítmicamente y gritaba de placer, yo… sólo quería que eso terminara para poder irme y nunca volver. No tardé en eyacular y ella se tiró rendida a mi costado. Me puse la ropa lo antes posible y salí casi corriendo. Sólo la vi por un instante antes de cruzar la puerta, pero su mirada, bastó para saber lo que haría si decía algo. E intenté hacerlo… pero no pude.

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