Claudia: De cómo la vida continúa (XIV)


Advertencia: temas maduros, +18 años

CLAUDIA V

—Dime, ¿en serio te gustaría ir a museos? Yéssica está muy emocionada por ir a uno y quisiera que fueras también.

Gianfranco terminó de contar y dijo que íbamos a tomarnos un receso de unos 15 minutos. Quería acercarme a él y poder conversar un poco de lo que había contado, pero Yéssica se me adelantó. En vez de eso, fue Zoila la que se me acercó. Me empezó a preguntar acerca de lo que hacía, si me gustaba hasta ahora el grupo, y otras cosas que en verdad no me interesaban mucho. En ese momento estaba más interesada en conversar con Gianfranco.

—¿Emocionada por ir a un museo? —respondí en tono sarcástico.

—Pues claro, a ella quiere aprender nuevas cosas, conocer nuevos lugares. Los museos son una gran oportunidad para aprender y conocer.

—¿Pero acaso su colegio no la ha llevado?

Fue la primera vez que Zoila me miró fastidiada y me arrepentí de lo que dije.

—Mira, ella ha llevado una vida dura y solo quiere poder tener un día relajado con personas que la están apoyado, que puede que hasta consideres personas amigas; si tú no quieres ir, no tengo ningún problema, tal vez sea lo mejor.

Tragué saliva, la frialdad con la que me lo dijo no dejaba dudas de la seriedad de lo que decía. Me disculpé y luego de unos segundos, Zoila volvió a hablarme de la salida al museo como si nada hubiera pasado. Terminé aceptando ir.

Yéssica se acercó a nosotros junto con Gianfranco. Le había preguntado si quería ir también al museo, pero él le dijo que el día que querían ir, trabajaba pero esperaba que lo disfrutáramos. Sinceramente no se me había ocurrido preguntar la fecha de la salida porque supuse que sería un fin de semana. no era así, querían aprovechar que Yéssica estaba de vacaciones para salir un día de semana.

—No voy a poder ir, trabajo ese día

—¿No puedes faltar? —me dijo Yéssica con cara de perrito faldero.

Podía pedir permiso, pero no estaba acostumbrada a hacerlo. No es que no me lo permitirían, solo que pedí permiso por dos semanas, después de que me violaran. No quería estar cerca de nadie en esos momentos y recién ahora es que había empezado a trabajar de nuevo.

Les expliqué porqué no podía y la joven tuvo que aceptar mi respuesta. Zoila luego de pensarlo un poco, dijo que no había problema, podían ir conmigo el próximo mes a otro museo. Yo me quedé callada y acepté. Yéssica estaba feliz por eso.

Seguí conversando un rato con ellas, hasta que Gianfranco empezó de nuevo la sesión. Nadie más contó lo que les sucedió y nos pusimos a hacer otro tipo de dinámicas. Algunos hablaron de sus problemas en casa, en el traajo, como si fuera un círculo de amigos chismoseando. Todo eso no se sentía forzado, en verdad la mayoría de ese grupo era muy unido, aunque habían algunos que se notaba a leguas que estaban incómodos, como Teresa y hasta cierto punto como yo misma.

Cuando terminó la sesión, todos empezaron a despedirse y al fin pude aprovechar el momento para hablar con él. No hablamos de lo que hubiera querido, ya estaba todo terminando y tenía que llevar de nuevo a Yéssica y a su tía de vuelta a casa. Antes de irse me preguntó si seguiría en el grupo, y le dije que sí, estaba segura que este grupo me iba a ayudar mucho. Le agradecí por darme la oportunidad de ingresar al grupo que él había creado. Me miró con extrañeza y me dijo que no lo había hecho, era un miembro más, al igual que los otros, con la única diferencia que ha estado más tiempo que la mayoría. Por chismosa le pregunté quién era el creador del grupo y con una sonrisa pícara me dijo que adivinara. Me quedé pensando un tiempo acerca de quién podría ser esa persona y luego la solución me pareció extremadamente obvia: tenía que ser Zoila. Ella era la más insistente a que nos reuniéramos afuera, la que quería ser amigo de todos. Seguramente era su forma de hacer que el resto pudiera compenetrarse más. Tenía que ser ella.

Cuando todos los del grupo se fuero, entraron Diana y Manuel. Les había dicho que ingresaran antes, para que conocieran a todos, pero ellos me dijeron que preferían esperar, especialmente Diana. Eso me pareció raro porque ella era la más entusiasmada en estar ahí.

Diana estaba con los ojos rojos y le pregunté qué había pasado. Ella me contó que había escuchado parte de nuestra sesión. Me enojé con ella, le dije que todo lo que se había contado ahí era solo para nosotros y nadie más. Me imaginaba que alguien a quien no conocía y no era parte del grupo hubiera escuchado mi historia; me hubiera enojado, tal vez hasta explotado de la cólera. Me pidió perdón y me dijo que solo lo hizo porque quería conocer más del grupo, estaba preocupada por mí. Podía entenderla, pero seguía molesta con ella, pero ya estaba hecho y creo que había aprendido su lección. Les pedí que me ayudaran a limpiar y Diana estaba mucho más deseosa de hacerlo que Manuel. Recogimos los vasos, los platos y ella me ayudó barriendo. Luego fuimos a la coina a botar todas las sobras y lavar. Cuando terminé saqué tres vasos y los llené de gaseosa con hielo, dos con Coca-cola y una con Fanta. La última se la di a Diana.

—Tú sabes que no me gusta el sabor de la Fanta, ¿no?

—Lo sé.

Manuel se rió y me preguntó si iba a seguir en el grupo. Al escuchar mi respuesta hizo un brindis y yo le dije para hacer un seco y volteado, él estaba feliz por la propuesta. «¡A tú salud!», dijo él, tomamos y no dejamos ni gota de nuestras bebidas y Diana expresó su placer con un sonoro «Agg». Ahora si debe haber aprendido su lección.

Seguí conversando con ellos hasta que se hizo tarde y se fueron a su casa. Yo me quedé sola pensando en todo lo que había escuchado. La próxima sesión sería la siguiente semana en casa de Gianfranco, pero eso ahora no me interesaba. Quería saber por qué Zoila había creado el grupo, cómo se le ocurrió crearlo y lo que le costó hacerlo. Toda la idea de este grupo me parecía extraordinaria y en verdad quería agradecerle por esto. Quería hacerlo en privado y sabía que en la reunión, si era similar a la de mi casa, no tendría oportunidad para tocar un tema así sin que nadie escuchara, así que decidí que el mejor momento para hacerlo sería el día que fueramos al museo. Tenía que esperar un mes, pero estaba segura que bien valdría la pena.

Me lavé, me puse mi pijama y por primera vez en mucho tiempo estaba feliz de lo que iba a pasar en un mes. Todo estaba cambiando y me sentía bien por eso, al fin.

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