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De los tiempos del amor


De grises cabellos te veo,
de sonrisa hermosa,
de manos arrugadas,
de ojos vivaces,
más de 50 años ya,
riendo, enojándonos,
comiendo, bailando,
llorando.

Cuando tus cabellos eran negros,
y tus metas recién empezaban,
te conocí,
y nunca me arrepentí.

Nuestro primer hijo,
nuestra primera ilusión,
nunca pasó.
Ese día nos vimos,
como extraños,
sin saber qué decir.
Nuestro momento más oscuro.

Nació el segundo,
mi hijo, tu hijo,
nuestra felicidad,
nos llenó de llantos, amanecidas,
de pichi y de caca,
de «te toca a ti»,
de alegría sin fin.

Nuestro décimo aniversario,
¿cómo llegamos a tanto?
agarrados de la manos,
tomando champán barato,
amándonos.

Murió mi madre,
mis sollozos, mis quebrantos,
tus abrazos y tus besos,
tu alma acariciando la mía,
el agradecimiento infinito
por tenerte a mi lado.

Nuestros hijos ya graduados,
la casa solitaria,
llena de niños en las fiestas,
llena de nosotros solos sin estas.
Solos tú y yo, tomando un vino,
algunas cervezas, viendo televisión,
solo tú y yo,
nosotros y nuestro amor.

Ahora estás en la cama,
la enfermera a un lado,
yo en el otro,
tus ojos grises, perdidos,
algunas veces llamándome,
otras hablando,
recordando tu niñez, tu juventud,
el día que nos conocimos.

Tu ataúd enterrado,
nosotros separados,
tu ausencia, el dolor,
yo fui, soy y seré tuyo,
tú fuiste, eres y serás mía,
y hasta mi último suspiro,
recordaré tu sonrisa,
tu dicha y tu alegría.

Ahora en cama yo,
con nuestros hijos a mi lado,
en mi último aliento,
siento tus brazos,
tus besos, tus labios,
nosotros dos,
toda la eternidad
amándonos.

Una cuarentena duró el amor


Una cuarentena duró el amor,
tus promesas, el viento se llevó,
el «para siempre» qué poco duró,
ahora solo queda, el mal dolor

Una cuarentena duró el amor,
menos de cien días, este vivió,
¿es que la lejanía lo mató?
tal vez simplemente te dio temor

¿Temor de ser amado con pasión?
Tus razones, tal vez no las sabré,
mas yo ahora, no puedo más llorar

Hagas lo que hagas, yo te doy el perdón,
pues la vida sigue y yo olvidaré,
mis alas abriré y echaré a volar

Corona de amor


El hombre quería hacer algo con su amada, quería desatar esa pasión que llevaba dentro, quería hacerla gozar como jamás había ella gozado antes, y sin importar viento y marea, sin importar la policía las suplicas ajenas, fue a casa de su amada inmortal.

Tocó la puerta y la más bella flor del jardín, abrió ligeramente la puerta y al verlo, la abrió de par en par con rostro de preocupación.

«Julia Pancracia, he venido a verte porque te amo y no puedo vivir sin ti», le dijo amorosamente a su alma gemela.

Ella lo miró y acercó su mano al rostro de José Miguel Ignacio de la Puente y Castillo. Este cerró los ojos para recibir la tierna caricia de la única que podía hacerlo sentir como se sentía en ese momento tan sagrado.

Un sonido retumbó toda la casa y la mejilla de José Miguel Ignacio de la Puente quedó marcada.

«Huevonazo de mierda, ¡¿quién te ha dicho que te salgas de tu casa?! Estamos en cuarentena, CUA-REN-TE-NA, ¿acaso no entiendes? ¿Qué mierda haces viniendo acá? ¿Quieres contagiar a mis padres? ¿Quieres contagiarme a mí? ¿Así de muestras tu puto amor? LÁRGATE DE MI CASA. ¡No quiero volver a ver a quien poco le importa mi salud y la de mis padres!». Y diciendo esto cerró la puerta en la cara de José Miguel Ignacio de la Puente y Castillo que nunca más volvió a ver a su diosa inmortal y ahí aprendió una lección que llevó para toda la vida:

¡RESPETA LA CUARENTENA CARAJO!