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Tigre agazapado, dragón escondido (VI)


¿Solo hace 600 años? Yo he vivido mucho más que está simple carpa y sin embargo sus conocimientos del Dao son mucho mayores que los míos. Esta longeva carpa era un genio de genios y yo era como un simple mortal a comparación de este humilde viejo pez. Me postré ante este humilde animal y le pedí que me enseñara. Luego de pensarlo un poco, aceptó. Lo primero que hizo fue preguntarme cuál era la razón por la que intentaba todos los días subir por esa cascada. Le respondí que lo más probable era que quería convertirse en un dragón, pues eso dice la leyenda, aunque jamás hubiera visto que algo así sucediera, los cielos jamás lo permitirían. «No es ser una dragón lo que me interesa, es saber que puedo lograr un imposible. Lo imposible es solo un mero peldaño para logar el Dao, pero es uno necesario, pues ¿cómo puede encontrar lo más imposible de todos los imposibles si no logras algo que es meramente imposible?» Sus palabras me dejaron intrigado y con ellas en mi corazón me puse a meditar hasta que el sol salió de nuevo.

Cuando abrí mis ojos, vi a la carpa seguir intentado lo imposible a pesar que nunca recibiría la bendición de los cielos, está vez una sonrisa salió de mi rostro y decidí yo también hacer lo imposible. Le di las gracias a mi maestro y me fui de ese sitio, si quería lograr mi meta, tenía que empezar desde ese momento.

Como inmortal salir de ese lugar hubiera sido fácil, hubiera podido ordenar a los vientos que me ayudara y estos hubieran tenido que obedecerme, quisieran o no; mas como mortal, solo tenía mis piernas para avanzar y la marcha era lenta y peligrosa, animales que jamás hubieran posado sus ojos en mí por el pavor que les daba, ahora me veían como una presa suculenta. No me importó, seguí adelante.

Cerca de una ciudad unos bandidos se acercaron para asaltarme. Supongo que me vieron solo y pensaron que sería una blanco fácil, pues aún desde lejos se podía apreciar la gran calidad de mis prendas aunque luego se deben haber desilusionado al ver de cerca que esas prendas estaban rotas y llenas de tierra. Aun así deben haber pensado que si no tenía dinero en el momento, una persona tan bien vestida debía tener familiares que pagarían mucho dinero para rescatarme, así que decidieron que de todas maneras tenía un uso para ellos. Lo que no sabían es que incluso como mortal no tenía nada que temer, podía acabarlos en menos tiempo que el que utiliza una grulla para comer un pez, pero no quería eso. Iba a intentar lo imposible.

Tigre agazapado, dragón escondido (V)


A la mañana siguiente fui de nuevo al río y ahí seguía la carpa, aún intentado remontar la imposible cascada. Al verme, se acercó y me saludó. Luego me indicó que empezara a hacer la fogata. Reuní la yesca y las dos mismas piedras que había usado anteriormente y empecé el trabajo. La primera vez no salió chispa, ni la segunda y menos la tercera, así hasta la novena. La décima vez junté demasiado cerca las piedras a mis dedos y terminé aplastando el meñique derecho. No salió sangre, pero en un acto de cólera por el dolor, tiré una de las piedras. «Recógela y empieza de nuevo —dijo la carpa—, yo seguiré intentado alcanzar mi Dao». Fui a recogerla y el pez volvió a intentar la imposible. Seguí intentando arduamente hasta que por fin lo logré. Es ridículo pensarlo, pero me sentí tan bien al prender esa maldita hoguera como cuando me volví inmortal. El sol ya se estaba ocultando, pero eso no me importó; ya tenía el fuego que necesitaba. El pez, terminado ya sus intentos, me felicitó por haberlo logrado y me preguntó si necesitaba más medicina. Le contesté que no creía que fuera necesario, pero el al verme me contraargumentó diciendo que aún debía seguir con el tratamiento por si acaso. Terminado de decir esto, vi a un zorro que se acercaba sigilosamente con hierba en su hocico y las puso en frente de mí. «Gracias, Señor zorro, como siempre le agradezco su gentileza», agradeció el pez al zorro, este hizo una venia y se marchó. 

¿Qué clase de pez era ese que podía pedir favores a los zorros? En mis miles de años jamás había visto algo como eso. Los peces pueden ser señores de las aguas, pero jamás de la tierra; no tienen poder para eso. Intrigado, le pregunté. «No hay nada extraño en eso, el zorro es un compañero en la búsqueda del Dao, lo menos que podemos hacer es ayudarnos entre nosotros, ¿no crees?» Algo que es muy fácil de decir para la carpa, es casi imposible de hacer para los humanos. No es que jamás nos ayudemos, siempre hay maestros dispuestos a compartir sus conocimientos a nuevos discípulos; pero siempre es para dejar un legado y que los ayuden a encontrar sus Daos, no porque en verdad quieran hacerlo para ayudarlos. ¿Es que acaso este simple pez era la reencarnación de un Buda? Sé que era una locura, pero no había otra explicación.

«Algunos humanos cuando me oyen hablar piensan que soy una bestia divina o un dios, pero soy una simple carpa —dijo como si pudiera leerme la mente—. Hace más de 600 años fue la primera vez que escuché acerca del Dao de un hombre santo que empezó a meditar justo en el mismo lugar donde estás ahora. Aún recuerdo sus palabras y como poco a poco iban despertando mi consciencia. Nos miramos por un breve periodo de tiempo y el hombre santo me sonrió y en esa sonrisa pude ver un pequeño destello de lo que era el Dao y desde ese entonces lo busco sin cesar y no pararé hasta poder sentir de nuevo la iluminación de ese día, tan fresca como brisa de primavera, tan brillante como el sol de verano».

Tigre agazapado, dragón escondido (IV)


¡Continuamos con la historia!
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Cuando me desperté, un olor a hierbas me llamó la atención, estaban cerca de mí. Eran hierbas medicinales que servían para curar la fiebre. Generalmente se hacía un té con ellas, pero no había peligro en comerlas si era necesario y así lo hice. Mientras las estaba masticando la carpa se me acercó. «Nunca he visto a un hombre que use de esa forma estas plantas, pero al menos te ayudarán a curarte», me dijo con una voz grave que nunca supondría que saldría de un pez. Le agradecí por su ayuda y me sentí avergonzando por mis pensamientos hacía este pez..

La carpa se sorprendió que no estuviera maravillado por su capacidad de hablar. Hace muchas generaciones atrás, lo hubiera estado; pero luego de recorrer Zhongguo e incluso más allá de sus fronteras y haber visto tantas maravillas, un pez que hablaba era lo menos fantástico que me hubiera pasado. Nos pusimos a hablar y le conté todo lo que me había pasado. Él me escuchaba con mucha atención y mostraba una sabiduría que no la había visto en los humanos. «La inmortalidad se alcanza como un paso para poder seguir el Dao, pero tú ni siquiera has encontrado el tuyo, mucho menos seguirlo, has perdido el derecho a ser uno. Los que no tienen un Dao están destinados a morir». Sabía que eso podía ser una causa, pero jamás imaginé que un pez me lo pudiera decir con tanta firmeza, como si fuera algo elemental, a pesar que jamás había escuchado en toda mi infinita vida que pudiera pasar: una vez que eras inmortal, siempre lo serías, esa era una de las verdades del universo. Le pregunté cómo podría saber eso. «¿Crees tú que solo por ser un pez no puedo entender la búsqueda del Dao? Desde que yo era pequeño, muchos inmortales han meditado en estas aguas y han enseñado los principios del Dao. Mientras los demás peces seguían con sus vidas, yo los escuchaba y las enseñanzas se volvieron parte de mí. Al final al desear mi propia búsqueda, hizo que pudiera ser diferente al resto de peces. No puedo decir que tengo todos los conocimientos del mundo, pero he meditado por mucho tiempo sobre el Dao y sé que estoy en lo correcto respecto a tu problema».

Un pez me estaba dando lecciones, a mí que había sido tutor de innumerables emperadores y filósofos. Sin embargo, sus palabras estaban llenas de sabiduría y lo escuché. Hablamos hasta que oscureció, hasta que el sol volvió a salir y hasta que oscureció de nuevo. Jamás había conversado con alguien que haya buscado el Dao tan intensamente como yo y se sentía bien poder hacerlo. «¿Por qué no prendes una fogata para poder seguir conversando?», preguntó la carpa y le tuve que responder que aunque sabía cómo hacerla, no lograba encender una y ya no quería seguir intentándolo. «Esa es la diferencia entre conocimiento y sabiduría —me dijo—, tú conoces muchas cosas, no dudo que sepas más que cualquier otro inmortal que haya pisado Zhongguo, pero no sabes cómo aplicar toda esa información que tienes y no sigues intentándolo. Entiendo que ese conocimiento que tenías te parecía insignificante y cuando lo necesitaste seguías pensando de la misma forma, pero las necesidades cambian y uno debe cambiar con ellas. Los que buscan el Dao no pueden ser simples piedras enfrentándose al destino, deben ser ríos que fluyen según el entorno. Anda a tu choza hoy, sigue comiendo esas plantas y mañana intentarás prender una fogata». Y así lo hice.

En la oscuridad de mi choza, empecé a meditar. Las palabras de la carpa eran hilvanadas en oro y mi corazón se sentía atraído a ellas como polillas al fuego. El enemigo de mi Dao era yo mismo. Esa noche dormí tranquilo.

Tigre agazapado, dragón escondido (III)


Volvemos con el cuento! Si se perdieron las otras partes, aquí les dejo los enlaces: Parte I y Parte II

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En el río, como en el día anterior, había muchos peces y me era imposible coger uno. Me sentía inútil. Volví a la choza y cogí la cuchilla, luego agarré una rama y la corté de tal manera que pudiera usarla de arpón. Empecé a usarlo y luego de lo que pareció ser una eternidad, logre conseguir atrapar mi tan ansiada comida. Podía sentir mi saliva inundando mi boca y mi estómago rugir como un tigre. En ese momento me di cuenta de algo importante: el pescado no podía comerlo así, tenía que cocerlo. Agarré dos piedras, un poco de yesca e intenté prender una fogata, no pude. Me sentí un inútil. ¿De qué servía tener todos los conocimientos del universo cuando no podía siquiera prender una mísera fogata?

Me sentí abrumado y, por primera vez en toda mi vida, perdido.

Maldecía el miserable estado en el que me encontraba y mientras lo hacía, llegué a escuchar un ruido curioso que provenía de la catarata. No sé qué me hizo acercarme pero cuando lo hice, me encontré con algo más extraordinario que mi hambre o sed. Había una carpa que intentaba subir por la catarata y se movía con tanta fuerza que hacía ese sonido particular. Lo miré sorprendido y ya no me importaba mi hambre o lo inútil que me sentía, verla era algo extraordinario, pues era un ser que estaba en un peor estado que yo.

Me quedé viéndola hasta que el sol estuvo a punto de ocultarse y ella paró. Se sumergió y al desaparecer el motivo de mi asombro, el hambre volvió. Cogí al pescado que estaba aún en el arpón y con los últimos rayos del día, le quité las escamas, la piel y empecé a comerlo crudo. Luego regresé a mi choza a tientas, pero al menos en algo había paliado el hambre. Intenté meditar en la oscuridad del lugar, pero no podía. Antes podía meditar con la facilidad con la que el halcón vuela, pero ¿ahora? Me era imposible. Me sentía perdido y desalentado. No entendía por qué los divinos cielos me habían abandonado, ¿qué querían de mí? Apesadumbrado, no me quedó otra cosa que hacer que dormir.

Me desperté aún de noche tiritando de frío. No tenía nada para abrigarme más que las ropas que tenía puestas. Me fui a una esquina y me acurruqué lo mejor que pude. No podía creer lo débil que era el cuerpo mortal. Fue en ese momento que odie todo y a todos. Ya no quería sentirme así de débil, pero no había nada que pudiera hacer.

Al salir el sol, quise salir; pero me encontraba con dolor de cabeza y me sentía mareado. A pesar de lo fresco de la primavera, sentía como si estuviéramos en el más ardiente verano y la sed era terrible. Con las pocas fuerzas que tenía y a pesar de todo, me arrastre hacia el río para tomar algo de esa deliciosa agua y refrescarme. El calor era insoportable y cada vez que avanzaba, sentía que iba a morir. Tarde una eternidad en llegar al río y mi ropa estaba ahora mezclada con sudor y tierra, la sensación era desagradable, más que eso, asquerosa. Cuando por fin llegué al agua, bebí todo lo que pude, parecía que mi sed jamás se iba a calmar. Mientras disfrutaba el agua, volví a escuchar ese sonido tan particular y a pesar de mi insoportable dolor de cabeza, pude ver de nuevo a esa carpa que seguía queriendo remontar la cascada. Su situación era tan absurda como la mía.

Vi que lo intentaba una y otra vez. Tan enojado me encontraba con mi situación que empecé a gritarle al pez. Le dije que dejara de intentar ir contra lo que era imposible; que no sabía la diferencia entre el cielo y la tierra; que un pez era y siempre sería un simple pez, incapaz de ser algo en la vida mas que alimento. La carpa se detuvo y nadó hacía mí, me observó detenidamente y luego se fue. Al parecer, yo no era digno ni siquiera de una asquerosa carpa, me reí fuertemente y me desmayé.

Tigre agazapado, dragón escondido (II)


¡Continuamos con la historia! Espero que la disfruten:

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Seguí meditando por innumerables años, intentando alejarme del enigma que aquejaba mi corazón. Gané infinidad de conocimiento en todas las ramas del saber mortal e inmortal, no había nada que no supiera. Conmigo a mi lado cualquier mortal podría volverse emperador del país y luchar contra los propios dioses. Nada era imposible para mí… excepto encontrar mi Dao.

Decepcionado de mí mismo, decidí salir de la choza.

Paseé por el lugar. Era encantador y daba una paz extraordinaria, pero mi corazón seguía pesado. Mientras seguía pensando en eso, algo extraordinario pasó: me dio sed. Al principio pensé que era mi imaginación, era imposible que alguien como yo tuviera sed. Sin embargo cada vez la sensación se hacía más intensa y por fin me acerqué a la catarata a beber. Cuando al fin la apacigüé, algo tan extraordinario como la sed sucedió: me dio hambre. No podía entender cómo podía estar pasándome eso. Desde que en convertí en inmortal, nunca tuve necesidad de comer o beber, sin importar si estuviera en un desierto o en una tundra, yo había dejado las necesidades mortales y sin embargo había tenido que beber agua y ahora tenía que comer algo. No entendía qué estaba pasando, eso me aterró y, he de admitir, me maravilló.

Me provocó comer pescado, algo que jamás hubiera hecho antes porque desde mis inicios como mortal odiaba el pescado. Me senté a meditar para calmar mi hambre, las tentaciones terrenales no podían ganarme. Al principio parecía que podía calmarla, pero mientras el sol se iba poniendo, mi estómago empezaba a rugir y las aves que ya deberían estar yéndose a dormir, seguían pescando y comiendo su presa delante de mí, mirándome fijamente, como mofándose del hambre que podía tener un inmortal. Así, por primera vez en muchas generaciones, tuve que pescar.

Me acerqué a un lugar con una gran cantidad de peces e intenté cogerlos con la mano, ¿qué problema podía tener alguien que cogía flechas en el aire con la facilidad con la que se coge una tortuga? Nada, no podía cogerlos, infinidad de peces en el río y no podía agarrar ninguno y el hambre aumentaba. No entendía lo que estaba pasando y corriendo me fui a la choza. Cuando el sol se ocultó completamente, el paisaje se oscureció y no podía ver nada. ¿Cómo podía ser eso posible si antes podía ver en la noche más oscura como si fuera el día más brillante? Tuve un mal presentimiento y a tientas logré llegar al sitio. Ahí, agarré una cuchilla que utilizaba para tallar y me corté el dedo. La sangre explicaba mi mayor temor, me había vuelto mortal de nuevo pues antes no había mera herramienta pudiera hacerme daño. No entendía qué había pasado, ¿acaso el hecho de no haber encontrado el Dao por generaciones me convirtió en lo que era en ese momento? ¿Era posible eso? Me aterró la idea y esa noche, el cansancio, una sensación que había olvidado hace tiempo me poseyó; pero a pesar de eso no podía dormir.

Al salir el sol, volví al río. Tenía de nuevo sed y mi hambre era imposible de reprimir. Donde estaba habían muchos frutos, pero me daba miedo comer uno de esos, podían ser venenosos y podía morir… verdaderamente morir. Preferí pescar.

Tigre agazapado, dragón escondido (I)


¡Buenos días a todos! Esta semana haré algo diferente, generalmente soy más de escribir poemas que cuentos en este blog (creo que son más de 100 poemas y dos cuentos) así que decidí publicar uno de los que no pude publicar en una antología. Lo voy a publicar en partes porque es un cuento largo, y espero que les guste.

Pd. Les he puesto un enlace de Wikipedia a los términos que no son comunes.

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Desde que fui bendecido por los cielos con la inmortalidad, he sido testigo de innumerables eras; he visto el inicio y final de doradas dinastías, vi como el Emperador Amarillo llegó al poder. He recorrido montañas, ríos, planicies y nevados. He sido testigo del nacimiento de mortales, bestias divinas, dioses y grandes héroes y de cómo todos sucumben por el peso de sus propias acciones. No hay nada que no haya visto en Zhongguo y sin embargo aún no sabía cuál era mi Dao, mi Camino, lo que tanto anhelaba y nunca conseguía.

Cansado de mi ignorancia, decidí dejar de buscar y detenerme en el tiempo. Busqué un lugar cerca de una hermosa cascada y construí una choza. Por años estuve sin comer o beber alimentos, solo meditaba para tranquilizar mi corazón orgulloso, herido por mi propia falta de sabiduría. Muchos al conocer de mi paradero vinieron hacia mi humilde choza a pedir que los ayudara y a nadie le prestaba atención. No importara que fueran grandes reyes, hermosas diosas o iracundos generales, todos valían para mí lo mismo que un copo de nieve en invierno. A pesar de eso, miles siguieron yendo a mi choza, buscando la inmortalidad, pues solo esta podía garantizarte el reconocimiento de los cielos y la felicidad.

Hubo una vez que un gran general, jamás vencido y amado por todos, entró a mi choza con prepotencia y a punta de lanza quería obligarme a que le enseñara los grandes secretos de la inmortalidad. Al ver esto los que sabían que pasaría se alejaron cien pasos de nosotros, y el resto por miedo los siguió. Salí de mi meditación y me levanté. «¿Deseas ser inmortal?», le pregunté tranquilamente y con prepotencia respondió que era su derecho divino y que era parte de su Dao. Me acerqué a él, lo toqué y desapareció. Todos me veían y no sabían por qué habían retrocedido, nadie se acordaba ya del gran general amado por todos. Nadie jamás volvería a recordar a ese hombre necio que decía conocer su Dao.

Años pasaron y cada vez menos gente iba a la choza, nunca les dije nada que pudieran ayudarlos y se dieron cuenta que por más oro, mujeres, hombres, especias y otros que me ofrecieran, jamás saldría algo de mi boca, pues ¿cómo podría dar conocimiento alguien que es ignorante de su propio Dao? No tenía sentido. Diez años después la choza estaba tan vacía como cuando empecé y ya todos se habían dado por vencidos; al fin podría meditar en paz.