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De virus y personas.


Somos responsable de nuestros actos, a menos eso es lo que yo esperaría que pensara la gente. La verdad es que, por lo que veo, más parece una sugerencia que una verdad. Estos meses de pandemia se ha visto a las personas hacer lo que le viene su regalada gana y salir a pesar de que no deberían. No hablo de la gente que debe salir a trabajar, ni de la gente que debe salir a hacer compras, son necesidades, y si bien se arriesgan a contagiarse, desgraciadamente es inevitable. Sin embargo, no hablo de esas personas.

Son las personas que salen a bailar, a buffets con gente desconocida, a hacer cola en las licorerías para comprar su cajón de cervezas, a aquellos que hacen quinceañeros clandestinos. Ellos son los lo que no entienden de responsabilidad. Las necesidades banales de uno son más importantes que las necesidades de salud del resto aparentemente.

Muchas vidas se han perdido por eso, muchas vida más se perderán. Algunos habrán aprendido la lección, otros simplemente o no la habrán aprendido o la olvidarán a meses de haber desaparecido la pandemia. Solo espero que las personas entiendan y recapaciten, hay cosas más importantes que las banalidades, pero la pregunta es… ¿lo harán?

Quisiera decir que sí… pero desgraciadamente será un rotundo no.

Corona de amor


El hombre quería hacer algo con su amada, quería desatar esa pasión que llevaba dentro, quería hacerla gozar como jamás había ella gozado antes, y sin importar viento y marea, sin importar la policía las suplicas ajenas, fue a casa de su amada inmortal.

Tocó la puerta y la más bella flor del jardín, abrió ligeramente la puerta y al verlo, la abrió de par en par con rostro de preocupación.

«Julia Pancracia, he venido a verte porque te amo y no puedo vivir sin ti», le dijo amorosamente a su alma gemela.

Ella lo miró y acercó su mano al rostro de José Miguel Ignacio de la Puente y Castillo. Este cerró los ojos para recibir la tierna caricia de la única que podía hacerlo sentir como se sentía en ese momento tan sagrado.

Un sonido retumbó toda la casa y la mejilla de José Miguel Ignacio de la Puente quedó marcada.

«Huevonazo de mierda, ¡¿quién te ha dicho que te salgas de tu casa?! Estamos en cuarentena, CUA-REN-TE-NA, ¿acaso no entiendes? ¿Qué mierda haces viniendo acá? ¿Quieres contagiar a mis padres? ¿Quieres contagiarme a mí? ¿Así de muestras tu puto amor? LÁRGATE DE MI CASA. ¡No quiero volver a ver a quien poco le importa mi salud y la de mis padres!». Y diciendo esto cerró la puerta en la cara de José Miguel Ignacio de la Puente y Castillo que nunca más volvió a ver a su diosa inmortal y ahí aprendió una lección que llevó para toda la vida:

¡RESPETA LA CUARENTENA CARAJO!