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Sobre huevos voladores


No sabía cómo, no sabía por qué, lo único que sabía es que me despertó a las 5 de la mañana un «plop» ahogado, unos ligeros golepecitos en mi brazo y un olor apestoso, casi nauseabundo. Abrí los ojos, me toqué el brazo, pensando que había caído agua. Posible filtración del piso de arriba. Nada, mi brazo más seco que el Sahara.

El sonido ahogado no lo volví a escuchar y los que viven cerca al mar saben que de vez en cuando el mar suele tener un olor peculiar. Era un olor parecido, «será el mar entonces» pensé. Tres cosas que me despertaron, tres que parecían no tener relación, pero pasaron y no sabía por qué. Intenté dormir, pero el olor se hacía cada vez más fuerte. Definitivamente no era el mar. Me fui a la cocina para ver que podía ser. Tal vez el perro abrió la bolsa de basura y tiramos algo que terminó de podrirse ahí dentro.

En la cocina, el olor estaba pero era más leve que en mi cuarto. No podía ser algo de ahí, tenía que ser el mar, ¿no? Entre a mi cuarto y me puse a buscar. ¿Qué podía ser? ¿Se murió alguien en algún piso y por eso olía? Me puse a buscar, 5 de la mañana en mi día libre. Si no encontraba el muerto, yo mismo lo mataba.

Ya me había rendido, me fui a la cama. Iba a dormir con el olor aún si fuera la última cosa que hiciera. Y cuando ya tenía los ojos cerrados, cuando ya peleaba con mi cuerpo para que mi nariz también se fuera a dormir, pensé… ¿será posible? No…

Por motivos de fuerza mayor, muchos de los ingredientes que uso para cocinar, los guardo en mi cuarto. Y uno de ellos, es por su puesto huevos. Generalmente soy de comer mucho huevo, pero el trabajo últimamente me hacía imposible cocinarlos (léase, estaba tan cansado que regresaba casi a dormir). Así que pasaron días y días, y el calor del verano no le hace favores a nadie y… plop. A las 5 de la mañana, de aproximadamente un 12 de marzo , descubrí que la presión ejercida por los gases de un huevo podrido es suficientemente fuerte como para romper la cáscara y dejar un olor nauseabundo a su paso.

Tiré todo el cartón de huevos. No solo porque el liquido apestoso había contaminado al resto de huevos, sino que el solo hecho de que uno haya explotado, querría decir que el resto podía entrar en ese mismo estado en cualquier momento. Nueve huevos tirados a la basura, envueltos en varias bolsas para que no salga la peste de ahí. Casi por magia, el olor desapareció y por fin pude dormir.

El misterio del olor y el sonido habían sido develados pero faltaba el de los golpecitos en mi brazo. Ese último lo descubrí al levantarme y tender la cama. Cáscara de huevo. Al explotar, la cáscara salió volando, chocó con el techo y aterrizó en mi brazo y seguro hizo otro rebote antes de terminar en el colchón.

Jamás lo hubiera imaginado, pero al menos todo eso sirvió para algo muy importante: poder escribirlo en mi blog. Otra huevada más de las muchas que he escrito.