El hombre quería hacer algo con su amada, quería desatar esa pasión que llevaba dentro, quería hacerla gozar como jamás había ella gozado antes, y sin importar viento y marea, sin importar la policía las suplicas ajenas, fue a casa de su amada inmortal.
Tocó la puerta y la más bella flor del jardín, abrió ligeramente la puerta y al verlo, la abrió de par en par con rostro de preocupación.
«Julia Pancracia, he venido a verte porque te amo y no puedo vivir sin ti», le dijo amorosamente a su alma gemela.
Ella lo miró y acercó su mano al rostro de José Miguel Ignacio de la Puente y Castillo. Este cerró los ojos para recibir la tierna caricia de la única que podía hacerlo sentir como se sentía en ese momento tan sagrado.
Un sonido retumbó toda la casa y la mejilla de José Miguel Ignacio de la Puente quedó marcada.
«Huevonazo de mierda, ¡¿quién te ha dicho que te salgas de tu casa?! Estamos en cuarentena, CUA-REN-TE-NA, ¿acaso no entiendes? ¿Qué mierda haces viniendo acá? ¿Quieres contagiar a mis padres? ¿Quieres contagiarme a mí? ¿Así de muestras tu puto amor? LÁRGATE DE MI CASA. ¡No quiero volver a ver a quien poco le importa mi salud y la de mis padres!». Y diciendo esto cerró la puerta en la cara de José Miguel Ignacio de la Puente y Castillo que nunca más volvió a ver a su diosa inmortal y ahí aprendió una lección que llevó para toda la vida:
¡RESPETA LA CUARENTENA CARAJO!